domingo, octubre 29, 2006

Icacos: ¡Viva la fiesta!

Las casas militares de la Base Naval de Icacos
Anabel Hernández


El tiempo se agota. Y el pasado no perdona. Si tuviesen conciencia, los Fox y los Sahagún, con todas sus ramificaciones familiares y amistosas, tendrían que ver con preocupación el porvenir inmediato. Poco a poco, se sabe y se sabrá más de sus fechorías, aunque se ignora si el sucesor en Los Pinos estará en capacidad de ejercer la justicia a cabalidad para castigarlas...


Del nuevo libro de la periodista Anabel Hernández –Fin de fiesta en Los Pinos (editorial Grijalbo)–, Proceso adelanta fragmentos sustanciales del capítulo IV, titulado “Las bacanales de la familia presidencial”, que describe tanto las francachelas como su escenario insólito: Las casas militares de la Base Naval de Icacos, en Acapulco, Guerrero.


Un diminuto cangrejo de patitas azules emerge de la dorada arena del Pacífico y camina por la playa cubierto con un pequeño caracol color carey que le sirve de camuflaje y guarida. En su andar va dejando unas diminutas huellas, casi imperceptibles, que se pierden cada vez que la ola transparente del mar llega y las cubre. Qué minúsculo parece el cangrejo al lado de los dos enormes barcos de la Secretaría de Marina anclados en la bahía donde se encuentra la Base Naval de Icacos, en Acapulco, Guerrero. Son fines de julio de 2006 y el sol de mediodía es de un esplendoroso verano.


Lo sigo con la mirada para ver a dónde van esas extremidades flacuchas como alfileres. Si el cangrejo hubiera seguido unos metros más, habría llegado a una impresionante mansión de dos pisos, extendida en más de mil 800 metros cuadrados justo a la orilla del mar, dentro de la Octava Zona Naval Militar. ¿Quién iba a decir que una magnífica residencia, más propia de Real Diamante, La Cima o Las Brisas, estaría dentro de la zona militar que un día sirvió de cárcel clandestina, lugar de muerte y tortura en la llamada guerra sucia?


La residencia está rodeada de altas paredes color crudo para que ni siquiera el personal naval que cruza por ahí todos los días irrumpa con sus ojos curiosos en la privacidad de quienes llegan a hospedarse. Pero del lado del océano Pacífico lo único que la separa del agua son unas esbeltas y bien tupidas palmeras que le sirven de cortina para ocultarla de quienes pasean en lancha dentro de la bahía.


Esta bellísima casa de color crudo, con enormes ventanales, terrazas con verandas y una inmensa alberca de mosaicos azules ha servido durante los seis últimos años de escenario para las bacanales y vacaciones de la familia presidencial, todo con cargo al erario.


Ésta es la enorme villa que el personal militar de Icacos llama “la casa presidencial” –según pude constatar porque estuve ahí–, y cuya existencia la Secretaría de Marina niega oficialmente para poder esconder los derroches del dúo del presidente Vicente Fox y Marta Sahagún, y de toda su parentela. (...)


Con quién y a dónde vayan a vacacionar o a dar sus fiestas el presidente de la República y su extensa parentela, es un asunto privado. El caso es de interés público porque en sus estancias en las casas propiedad del Estado gastaron dinero del presupuesto nacional, ya no sólo para ellos, sino para sus amigos, socios, compinches y mujeres, y porque las dependencias gubernamentales violan la Ley Federal de Transparencia a fin de mantener en secreto los gastos realizados y los hechos ocurridos en esas visitas.


Corría el año 2002 cuando entró a tomar un par de cervezas en el restaurante bar Señor Frogs, en Acapulco. Había ido al puerto de negocios acompañado de un amigo, y se fueron a relajar un rato.


¡Cuál no sería su sorpresa cuando en el establecimiento se encontró a Manuel Bribiesca Sahagún acompañado de Guillermo Medina Plascencia, apodado Guillo, el hermano incómodo del senador panista Carlos Medina Plascencia, de Guanajuato, y amigo inseparable del primogénito de la primera dama! Los dos estaban solos, sin sus respectivas esposas.


Pasó de largo. No tenía ganas de encontrarse con Manuel. El 30 de noviembre de 2000, en el hotel Marriott de Campos Elíseos, en la Ciudad de México, había sido él quien había puesto en su lugar a Manuel Bribiesca, que andaba pavoneándose como si fuera el hijo del presidente cuando no era más que el retoño de la pareja sentimental secreta de éste, Marta Sahagún Jiménez.


En aquella ocasión, insultó a la señora Sahagún frente a Manuel, sin que éste dijera nada.


Ese día, en el Señor Frogs, Manuel Bribiesca lo reconoció enseguida y, para sorpresa suya, lo invitó a su mesa (y luego a desayunar al día siguiente a la casa de Icacos)...


El interior de la casa era de buen gusto, con elegantes muebles propios para una casa de playa. Se sentaron a desayunar en un antecomedor con vista a la piscina y a la playa. El servicio corrió a cargo de los marinos uniformados, quienes se movían con rapidez ante la impaciencia del vástago presidencial.


Manuel y su inseparable Guillo tenían caras de crudos. De hecho lo estaban: se veía que la velada de la víspera había sido intensa. Alardearon de llevar un mes de parranda, y de que acababan de llegar de las exuberantes y eróticas playas de Ibiza.


–¡Apenas llevamos 15 días aquí! ¿Cómo ves? –preguntó Manuel Bribiesca al visitante mirando por encima del hombro a su alrededor, como si todo lo que había le perteneciera a él y no al Estado mexicano–. Vicente todavía no la conoce, ¿tú crees? Entonces comprendió por qué lo había invitado: para presumirle que el fin justifica los medios y que finalmente él era el amo, que se había salido con la suya.


Entre el jugo, la fruta y los huevos, el hijo mayor de Marta Sahagún se pasó el desayuno hablando de sus millones. Él y Guillo mostraron jactanciosos a los invitados fotos de ellos abrazados a atractivas mujeres en las playas españolas.


Pero después, en tono aguafiestas, agregaron que sus respectivas esposas estaban por llegar con los hijos para vacacionar en familia.


–¡Así que hay que aprovechar! –dijo Manuel, invitando al desmán de esa noche.
Los invitados decidieron marcharse a pie. Ya no quisieron que los llevaran a su hotel, que estaba a menos de media manzana.


“Realmente era algo grotesco, casi vergonzoso, ver a todos esos sirvientes de la Armada pendientes de cada orden de Manuel”, me comentó luego en entrevista uno de los testigos de esa visita. Pero no: era una estampa que yo no podía imaginarme.


Según personal adscrito a la oficina del presidente de la Repú-blica, a fines de 2001 la “casa presidencial” de Acapulco se remodeló ex profeso para deleite de la absurdamente llamada pareja presidencial y sus parientes. Y el mobiliario se renovó totalmente en elegante estilo contemporáneo.


Los primeros en ir a conocer las casas y dar una especie de visto bueno fueron Felipe Zavala, exsecretario privado de Fox, y Rosa María Cabrero, actual encargada de los asuntos personales del jefe del Ejecutivo.


De acuerdo con testimonios de colaboradores de la oficina de Fox, las casas se reservaban directamente con un subsecretario de Marina.


No deja de ser irónico, casi al borde de lo indignante, que este lugar, señalado por los testigos de la llamada guerra sucia como cárcel clandestina y territorio de tortura, muerte y humillación, se haya convertido en espacio de recreo y festín.


Quienes más usan el inmueble son Manuel y Jorge Alberto Bribiesca Sahagún, que han llegado a pasar largas temporadas de hasta más de un mes, a veces con intervalos de tan sólo 15 días. Sobre todo Manuel Bribiesca, porque su hermano menor iba más a la Casa Maya, en Cancún.


El hijo mayor de Marta Sahagún llegó a aprovechar la casa, propiedad del Estado, para ocuparla por las mañanas de oficina para arreglar sus asuntos con el desarrollo habitacional de viviendas populares Solidaridad I, II y III, y por las noches de espacio recreativo.


Manuel Bribiesca dividió sus estancias en Aca en dos clases: unas en plan de desmadre, en las que llegó a ir incluso con su pareja, Ivonne Vazquezmellado, y otras en plan familiar, en las que cada Semana Santa, verano y vacaciones de diciembre, después de Año Nuevo, iba con su esposa, Mónica, y sus hijas.


Marta Sahagún también iba a vacacionar con sus hermanos, sobrinos, nueras y demás, así como los hijos de Fox, Paulina, Ana Cristina y Vicente.


Según los testimonios recabados, durante las visitas de los retoños de la primera dama, no era raro que el personal naval llamara a Los Pinos para quejarse de las fiestas que organizaba.


El 25 de abril, a través de la solicitud 0001300010006, pregunté a la Secretaría de Marina sobre la existencia de esta casa, su costo de mantenimiento y quiénes eran sus usuarios.


“Solicito conocer cuántas casas tiene la Secretaría de Marina en el país para visitantes, ya sea internos o externos a la secretaría, y en qué lugares del país está cada una de ellas, así como el costo en mantenimiento de cada una.


“Solicito copia de las bitácoras o cualquier documento en el que hayan quedado registradas las visitas a las casas de la Secretaría de Marina ubicadas en el puerto de Acapulco, del 1 de diciembre de 2000 a la fecha, así como copia de los oficios mediante los cuales se solicitaron dichas casas para las respectivas visitas.


“Solicito los trámites con los que se debe cumplir para que personas ajenas a la Secretaría de Marina se hospeden en dichas casas.


”La respuesta de la dependencia fue que en Acapulco sólo hay zonas habitacionales para el personal militar; que unas las administra el ISSFAM y otras la propia secretaría, y que el mantenimiento se da con las cuotas de recuperación de los usuarios. Y se animó a añadir:


“La Marina no tiene casas para visitantes, por lo que no es posible responder a su solicitud relativa a la ubicación de éstas, el costo de su mantenimiento, bitácoras o cualquier otro documento en el que hayan quedado registradas las visitas a dichas casas ni los trámites que se deben cumplir para que personas ajenas a esta institución se hospeden en ellas.”


La Secretaría de Marina declara inexistente la magnífica residencia para no tener que explicar cuánto costó su remodelación a fines de 2001 ni el monto del nuevo menaje. Así, ocultando la inmensa casa como quien tapa el sol con un dedo, tampoco quieren explicar cuánto cuesta anualmente en mantenimiento ni cuánto se eroga en mucamas, cocineros, comida, bebida y todo lo demás que se paga con dinero del erario en cada visita de la familia presidencial y sus amigos.


Manuel, su hermano Jorge Alberto, Marta Sahagún, sus amigos y toda su parentela no son personal de la Marina, y sin embargo se la han pasado de lo lindo en la mansión. Tampoco son oficiales de la Marina Eduardo Sojo Aldape, excoordinador de Políticas Públicas de la Presidencia de la República, ni Ramón Muñoz, encargado de la Coordinación de Innovación Gubernamental, también de Los Pinos, quienes gracias a su amigo Vicente también han gozado de la residencia.


Incluso doña Mercedes Quesada viuda de Fox, a causa de su enfermedad, pasó largas temporadas en la residencia por prescripción médica para intentar regular su presión arterial. Allí la visitaban sus hijos y sus nietos. Evidentemente ella tampoco era integrante de las filas de la Secretaría de Marina.


Pero es verdad: en la Base Naval de Icacos, en Acapulco, no hay una sola casa de visitas; hay tres.


A fines de julio de 2006, entré en la inexpugnable zona militar para comprobar con mis propios ojos que la Secretaría de Marina había mentido en el papel.


Una vez pasado el retén militar, a la izquierda está el Hospital Naval de Acapulco, Octava Zona Militar, y a la derecha el Astillero de Marina número 18. Tras avanzar unos 200 metros empiezan a aparecer del lado de la playa unas hermosas y pintorescas casas de una sola planta, de paredes color mamey y techos blancos, rodeadas de hermosos jardines con palmeras, mangos y almendros, y cada una con alberca privada. Todas están a la orilla de la playa. (...)


La primera de las casas, explicó personal de la Zona Militar, es para el comandante de zona en turno, lo cual es natural y lógico. Las otras tres, de similar tamaño, más bien mediano, son para visitas, añadieron. Incluso cuando fui a una de ellas, estaba ocupada.


Del lado derecho hay oficinas y cuartos para “personal en tránsito”. La base naval está en un terreno de forma triangular bordeado por la playa y la carretera panorámica de Acapulco. (...)
El acceso a la base naval está totalmente restringido; nadie puede entrar, excepto personal militar, y cada visita queda registrada en una bitácora diaria, bajo el control de la Secretaría de Marina.


La vista no engaña. Tampoco las fotos satelitales de la Base Naval de Icacos. La casa de visitas, la residencia presidencial, allí está (...).

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